Los septiembres de mi infancia portaban olor a musgo, a sal, a mar, a esa mar alta que remontaba hasta orillarse en las viviendas que delimitaban el litoral. Y una fotografía obtenida en septiembre cautiva la mirada, por la que regresa del pasado. Un canto contra la pérdida del conocimiento de una vida cotidiana que se ha ausentado, a la que debemos atesorar en cada uno de los pasos por los que ha transitado, desde aquel, hasta estos momentos.
Así se inicia este pequeño texto cuyo relato gira en torno a una fotografía que capta a veinte y una personas, en su mayoría vinculados a la mar, sin aderezos, cuya mirada relata la intensidad de la brisa compartida, su relación con la sal. Su vestimenta propaga la manera de habitar en la vida, de entenderla. Y para realce de sus figuras que mejor encuadre que utilizar como fondo la silueta majestuosa de la Montaña de Guaza.
Y aquí se combinan las evocaciones de algunos de estos pescadores con diversos pormenores del subsistir diario en unos momentos de escasez de todo tipo, y los festejos de Los Cristianos, porque esta imagen se obtuvo en un momento de una de las primeras celebraciones. Se entremezclan retazos de una dura vida cotidiana con recuerdos de la infancia del autor.