Y el cuervo le contaba que se quedó con la familia, compartiendo nuestra Vicente Ángel Canariven vergüenza, «pero después de pensármelo mejor, alcé vuelo y los observé desde una altura prudencial, sin ser visto. Ahora, desde esa perspectiva, de verdad me vi más feo de lo que aparentaba ser ante los míos. Cuando ellos terminaron y se marcharon del lugar, bajé sin proponerme nada y, sin pensar, me puse a recoger las bellas plumas de todos los colores que se le habían caído a los pájaros y aves al acicalarse sus plumajes. Las junté todas en un montón, luego las esparcí un poco con las patas y me revolqué sobre ellas, sin más propósito que airear mi desdicha, mi rabia y frustración. Pero al levantarme comprobé que todas las plumas se habían adherido a mi cuerpo grasiento hasta hacerme creer que era el más bello». «¿Y entonces qué sucedió?», preguntó impaciente Ángelo a Ave Fénix. «Pues resulta que al otro día, a la hora fijada, todos los pájaros acudieron a la cita, y cuando ya estaban a punto de dar el veredicto aparecí yo con mi atavío multicolor. En un solo tono de admiración se escuchó ese ¡guuaaauuuu! de sorpresa y todos los asistentes se voltearon hacia donde estaba. De pronto el portavoz del jurado dijo, señalándome, que yo era el ganador, ¡era el rey de las aves! Pero al reconocer sus plumas se me vinieron todos encima y me desplumaron, dejando al descubierto mi farsa: desplumado y convertido en lo que era, solo un cuervo. A partir de entonces, por una u otra razón, se acabó el certamen. Desde entonces la vergüenza del ridículo me resignó a vivir aquí, sin salir de mi hábitat». Moraleja: Al que con lo ajeno se viste, en cualquier momento lo desvisten.