La tesis de este libro es sencilla: durante muchos siglos la Iglesia ha sido profundamente democrática y ha tenido usos participativos que se perdieron en la segunda mitad del s. XX. En épocas pasadas, los obispos eran nombrados democráticamente, tenían un contrapeso de gobierno en el cabildo, no podían hacer nombramientos a dedo porque lo impedían los cánones. No todas las decisiones provenían de Roma, sino que partían de las Iglesias locales a través de cabildos y reyes. En siglos anteriores, los laicos no toleraban las compraventas ocultas de clérigos, fundaban templos y eran patronos de los mismos, nombraban a sus sacerdotes, se asociaban en cofradías al margen de la inspección episcopal, y las mujeres lideraban movimientos espirituales o participaban de las decisiones de las diócesis regionales. Lo más confuso es que la idea que permanece en la mente de muchos católicos es exactamente la contraria: a saber, que los Papas u obispos medievales eran despóticos y que los laicos no participaban de la vida eclesial, algo que supuestamente cambió a finales del s. XX. De una manera ágil y sencilla, el autor nos