Tía Ágata adora a su sobrinita y la colma de besos. Se la comería como si fuera un pastel o un bombón. Hasta que un día la niña no aguanta más y se atreve a decirle que no le gustan los besos, que ya no quiere más. ¿Nunca más? Bueno, quizá alguno en la mejilla, pero solo cuando ella lo decida.