Mauricio Bethencourt es un joven de Fuerteventura, obcecado por su deseo de convertirse en reportero internacional, que tropieza, tras una crisis emocional, con Eva, profesora, escritora de guiones para el cine y activista, y Sebastian Nowak, escritor novel de cierto éxito, descendiente de los "niños de la guerra". Cada cual lleva a cuestas su pesada carga de frustraciones, que son la que se anudan en Náufragos en su laberinto, una novela en la que confluyen las tres historias que, a medida que avanza la trama, desembocan en un paradójico desenlace.
Algo enorme se cruza en el destino de estos personajes que viven al límite, que comparten un mismo destino y que tienen en común no solo un tronco, sino también sus extremidades; tres personajes que por momentos se comportan (valga la metáfora que da el título a la novela) como auténticos náufragos aferrados a los restos de un barco despedazado, a merced de las olas y las corrientes de los océanos. Nadie los arroja al agua, sino que son ellos los que, en algún momento de sus vidas, preparan la expedición, se ponen al timón y sueltan amarras. Pero no siempre son capaces de concluir la singladura.
Estamos ante un caso en el que la historia inicial tropieza con otras historias de personajes que se enfrentan con su conciencia, sus fantasmas, sus remordimientos; seres que huyen, se alejan como fugitivos desconcertados, pero siempre acaban transitando un trayecto de regreso al punto del que partieron; personajes, inmersos en el conflicto de culpa, que han experimentado en algún momento de sus vidas episodios de sufrimiento. Historias que se entreveran, evolucionan y se transforman en una reflexión sobre el dolor y la pérdida que inevitablemente nos llevan al infortunio.