El jornalero, el infeliz labrador y el artesano, cuyo protagonismo está fuera de duda en la historia canaria, se ven forzados a emigrar en épocas de crisis, ya sea por hambrunas, como la de 1847, o por otros episodios, como la epidemia de cólera morbo en 1851. Transportados como mercancía al Nuevo Mundo, llegan a la Perla de las Antillas por centenares, llevando sus mujeres y a sus hijos con ellos. Entre 1813 y 1820 vagan por las calles de La Habana, mendigando sustento, alrededor de 300 isleños llegados de Canarias. La dureza del trabajo y del clima en aquellas abrasadoras regiones, hacen de esta aventura una auténtica pesadilla a la que muchos sucumben. Los más afortunados resisten las bofetadas de la suerte y algunos, convertidos en Indianos, prosperan y regresan al hogar de sus mayores.